Las 48 Leyes del Poder: Regla Nº1 – Nunca Eclipsar a Nuestros Superiores

El poder es una fuerza omnipresente en la sociedad humana, capaz de moldear el curso de la historia y las vidas de las personas. Desde tiempos inmemoriales, el poder ha sido objeto de deseo y conflicto, generando tanto progreso como destrucción en el mundo.

El poder se puede ver de mil maneras diferentes, ya sea en el gobierno, el dinero, la sociedad o en lo personal. En la política, es tener el control de lo que pasa en el país o en la comunidad. En lo económico, es tener el control de los recursos. En la sociedad, es tener influencia y respeto. Y a nivel personal, es tener la capacidad de influir en las decisiones y acciones de los demás.

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En el capítulo de hoy, trataremos de analizar las distintas formas y lenguajes que componen al poder, para así tratar de entenderlo y utilizarlo a nuestro favor. En el popular libro de «Las 48 leyes del poder», de Robert Greene, aparecen estas leyes enunciadas como si fueran los versículos de la Biblia del poder. Hoy hablaremos sobre la primera.

REGLA Nº1: NUNCA ECLIPSAR A NUESTROS SUPERIORES

En las dinámicas del poder, siempre habrá un amo y un siervo, siempre hay un sirviente y un príncipe. Es una relación que, a pesar los grandes avances sociales de la historia humana, se sigue manteniendo con perfecto disimulo.

Es normal que en la naturaleza humana exista gente con más talento que otra, con más capacidades que otra, o con mayor sutileza. El problema aparece cuando se tiene más talento que un superior. En este caso, nuestro superior podría sentirse amenazado por nuestro creciente éxito, hasta llegar a tal punto de querer acabar con nuestra influencia. Puede parecer algo exagerado, pero se da con más frecuencia de la que nos gustaría reconocer.

Un ejemplo de la transgresión de esta ley se produjo en la Francia del siglo XVII, con el ministro de finanzas del Rey Luis XV, Nicolas Fouquet. Este hombre era la clase de hombre brillante y con talento, que podría llegar lejos en cualquier aspecto de la vida si se lo proponía, pero por desgracia, tuvo la vanidad de hacer sentir inseguro a su rey. Organizó una gran fiesta para ganarse su favor y lo único que consiguió es que este pensara que la gente lo miraba más a él, que al portador de la corona francesa. Al día siguiente fue detenido y encarcelado durante sus últimos 20 años de vida. ¿Su crimen? Eclipsar a su superior en popularidad.

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En dirección opuesta tendríamos el ejemplo de Galileo Galilei. En sus primeros años de su carrera, se encontraba en una situación precaria, tenía varios mecenas, pero estos siempre le pagaban con regalos y no con dinero. Se le ocurrió una estrategia distinta: fijó sus miras en la familia Medici, una de las más poderosas de la época. Al descubrir unas nuevas lunas en Júpiter, anunció que estas se aparecieron ante él en el mismo momento que subió al trono Cosme II. En recompensa, este fue nombrado filósofo y matemático oficial de su corte, con un sueldo fijo. De un solo golpe, había conseguido lo que tantos años llevaba intentando.

No hace falta trasladarse al pasado para tener en cuenta estos ejemplos. En el día a día se pueden percibir. ¿Cuántas personas se han creído más inteligente que el jefe y al acabado despedidos o relegados de su cargo?

CONCLUSIONES

Todo el mundo tiene inseguridades. Cuando uno se presenta ante el mundo mostrando sus habilidades, provoca toda clase de resentimientos, envidias y otras demostraciones de inseguridad. Esto es algo normal y no debería importarnos, a menos que se trate de un superior.

La vida no ha cambiado tanto desde los tiempos de Luis XIV y los Medici. Aquellos que están en una posición de poder y privilegio quieren sentirse seguros en su posición y superiores a los que le rodean en inteligencia. Es un error muy común creer que por alardear de los talentos propios uno va a conseguir ganarse al jefe. Si no se puede evitar ser encantador, habrá que tratar de evitar a esta clase de personas que solo generarán envidia y veneno deseando nuestra caída.

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Otra conclusión importante que hay que destacar es que nunca hay que dar por hecho que el aprecio del jefe es una puerta abierta para hacer lo que se quiera. Es menester tener mucho cuidado con este aspecto porque es muy fácil pasar de lo más alto a lo más bajo, como le ocurrió a Fouquet.

Siempre hay que parecer que se necesita al jefe, que se necesita de sus conocimientos, de su consejo. Esto generará una sensación de superioridad que hará que sienta apego por nosotros, por difícil que parezca.

Además, si uno tiene ideas más creativas que su jefe, debe asignárselas a él, de la forma más pública posible. Hay que dejar claro que sus consejos no son más que un mero reflejo de los de él. Si por el contrario, uno es por naturaleza más sociable que su superior, hay que tener cuidado de no bloquear el bien que irradia sobre los demás. Él siempre deberá estar por encima, o al menos, parecerlo.

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